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Se inaugura la exposición fotográfica “Regeneración” de Carlos de la Herrán en el Campus de Jerez 1 diciembre 2017

Se inaugura la exposición fotográfica “Regeneración” de Carlos de la Herrán en el Campus de Jerez

Entre el 1 de diciembre de 2017 y el 15 de enero de 2018 se podrá visitar en la Sala la Asunción del Campus de Jerez la exposición Regeneración, obra del artista gaditano Carlos de la Herrán. 

Formado en la Escuela de Artes y Oficios de Cádiz (1983/1987), ha expuesto en múltiples espacios y galerías de arte a nivel nacional como, por ejemplo, en1989 la Muestra de Arte ‘Aduana’, Diputación de Cádiz, en 1991 Artistas por la Paz. Universidad de Sevilla, en 1993 Centro Cultura ‘La Victoria’. Sanlúcar de Barrameda, 1994 ‘956’ Artistas Gaditanos en los 90. Diputación de Cádiz, en 1996 Galería Rafael Benot. Cádiz, en 1998 En torno a Bogart. Baluarte de la Candelaria. Cádiz, en 2000 Galería José Lorenzo. Santiago de Compostela. La Coruña y en 2003 Sala Unicaja. Jerez de la Frontera. Cádiz.

 

A través de la muestra fotográfica, Carlos de la Herrán dibuja las dunas que recorren gran parte de las playas de su Cádiz natal.

 

Martín Ariza interpreta la exposición con las siguientes palabras:

 

A veces me levanto casi amaneciendo, y pedaleo hasta esa playa que empieza al final de la ciudad. Se trata de una lengua de tierra, une la isla en la que vivo al continente, y la atraviesa una carretera de cuatro carriles separando la bahía del océano. Es un lugar precioso, a la vez que un poco salvaje.

 

Así que esta mañana volví a pasear temprano sus orillas. He oído decir que algunas dunas poseen su propio canto. Lo produce el roce de las arenas al moverse. Pero yo sentí que me envolvía un profundo silencio a medida que avan­zaba entre esos montículos salpicados de grama y juncos. El viento se había calmado la noche anterior, y el arenal permanecía ahora quieto y mudo. Quedaba, eso sí, el serpenteo que el aire había dibujado a los pies de las cañas. Desmayadas sobre esos mismos surcos, las azucenas de mar, esas flores blancas con forma de estrella, cuyo solo nombre es un delicado poema.

 

Iba siguiendo el rastro de las pisadas de un ave cuando acabé delante de aquella empalizada. Sin ser consciente en­tonces, me pregunté qué raro azar me habría llevado hasta allí. La mañana seguía su curso, el sol se elevaba muerto de pereza, y aquel grupo de estacas, medio rotas y carcomidas, extendía sus sombras sobre los médanos. Fue como contemplar relojes de sol sobre relojes de arena, tiempo apresado en el tiempo. Entonces saqué mi viejo móvil y tiré algunas fotos. Quise mirarlas de inmediato, pero para mi sorpresa el sol se encontraba ahora tan alto que oscurecía mi pantalla. Casi sin darme cuenta había pasado un largo rato embebido con aquella actividad. Las instantáneas que entreví me emocionaron, a pesar de todo.

 

Aquellos objetos y sus sombras parecían pictogramas japoneses. Ya sabéis de lo que hablo, ese tipo de caligrafía hecha con tinta negra o agrisada sobre papel de arroz. La fuerza y dirección de cada trazo, el equilibrio entre las formas, y hasta el espacio vacío, todo parecía tener su propio significado en aquella escritura abrupta, aunque llena de armonía. Y yo sentía que acababa de aprehender aquel lenguaje.

 

Con miedo a extraviar el nuevo hallazgo, volví a guardar mi móvil en el bolsillo. El eco del mar se hizo más nítido y perceptible entonces, haciéndome levantar la vista. Aquel minúsculo desierto me pareció la seducción misma, el rincón medio intacto de un paraíso que se cayera a pedazos.

 

La exposición puede visitarse de lunes a viernes, de  09.00 a 21.00h.