Un estudio, en el que participa la UCA, revela que los bosques maduros no contribuirán a secuestrar más carbono atmosférico 8 abril 2020
El investigador Raúl Ochoa-Hueso, adscrito al IVAGRO y perteneciente al departamento de Biología de la Universidad de Cádiz, forma parte de este estudio publicado en la prestigiosa revista ‘Nature’
Un grupo de investigadores, entre los que se encuentra el profesor Raúl Ochoa-Hueso, adscrito al Instituto de Investigación Vitivinícola y Agroalimentaria (IVAGRO) y perteneciente al departamento de Biología de la Universidad de Cádiz, ha llevado a cabo un estudio – publicado en la prestigiosa revista Nature – donde se constata que una mayor cantidad de CO2 en la atmósfera no implica una mayor captación de carbono por parte de los bosques, especialmente si estos son maduros.
De hecho, este trabajo liderado por el investigador Mingkai Jiang, del Hawkesbury Institute for the Environment perteneciente a la Universidad Western Sydney, en Richmond (Australia), ha demostrado que “la exposición a largo plazo a elevados niveles de CO2 solo parece aumentar el almacenamiento de carbono en ecosistemas con árboles jóvenes o con suelos muy fértiles”. Algo importante si se tiene en cuenta que “hasta ahora pensábamos que los bosques maduros podrían contribuir a absorber parte del dióxido de carbono adicional que estamos emitiendo. Por ello, nuestros hallazgos sugieren que tenemos incluso menos tiempo del que pensamos para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero”, como explica el autor principal del estudio, Mingkai Jiang.
Para llegar a estas conclusiones, el equipo de científicos, entre el que se encuentra el investigador Ramón y Cajal de la UCA Raúl Ochoa-Hueso, aumentó artificialmente la cantidad de CO2 que recibe un bosque nativo de eucaliptos en Australia. Concretamente, hicieron crecer la concentración en 150 partes por millón, lo que corresponde a un aumento del 38% por encima de las aproximadamente 400 partes por millón de la atmósfera actual. Tras este aumento del CO2, se monitorizó el destino de ese carbono dentro del bosque de eucaliptos.
A través de este trabajo, los investigadores han podido constatar que pese a que en plantaciones forestales en crecimiento y con fertilización se suele producir un aumento del secuestro de CO2, debido al crecimiento más rápido de los árboles jóvenes, los efectos no son tan positivos cuando el experimento se lleva a cabo en bosques maduros. En árboles adultos, este aumento del CO2 de manera experimental no se vio reflejado en un mayor crecimiento ni en una mayor acumulación de CO2 en los árboles o en el suelo, por ejemplo, en forma de materia orgánica. No obstante, sí aumentó la respiración del propio suelo, lo que resultó en una mayor liberación del CO2 captado y/o acumulado previamente.
La respiración del suelo es la suma de lo que respiran todos los animales, plantas, hongos, bacterias, etc. que están en él. Muchos de estos organismos viven directa o indirectamente de la descomposición de la materia orgánica que hay en el suelo, así como de los aportes de azúcares que liberan las raíces de las plantas. La función de estos azúcares es favorecer el crecimiento y actividad de microorganismos que contribuyen a liberar del suelo nutrientes que son esenciales para las plantas, como el fósforo o el nitrógeno.
“Un aumento del CO2 atmosférico no tiene porque traducirse en una mayor acumulación de carbono en las plantas o en el suelo. Incluso, podría pasar que, al acelerarse la actividad de las comunidades del suelo debido a un mayor aporte de azúcares por parte de las plantas, se liberará parte del carbono acumulado en el ecosistema”, como puntualiza Raúl Ochoa-Hueso.
Por ello, “nuestros resultados implican que, pese a la importancia de los bosques maduros como reservorio de carbono a nivel global, la principal estrategia para limitar el calentamiento de la Tierra dentro de los objetivos previstos en el acuerdo de París debe ser la reducción de las emisiones a la atmósfera de gases de efecto invernadero tales como el CO2“, en palabras de Ochoa-Hueso.
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